Powered By Blogger

domingo, 31 de octubre de 2010

Retruco.

Yo por vos le pego a un leopardo hasta dejarlo gato.
Trabajo veinte horas por día de maniquí en un local de computación.
Me como un sánduche de tornillos.
Prendo la tele a gritos.
Tomo perfume.
Desarmo una regla.
Aprendo a cantar la marcha de San Lorenzo en alemán.
Me tatúo los riñones.
Duermo arrodillado.
Me compro un submarino.
Pinto el obelisco con marcadores.
No camino más.
Le enseño a leer a un durazno.
Desarrollo otro sentido más.
Me depilo las cejas con cinta scotch.

Me dejo de escribir estupideces y me acuesto que es tardísimo, está bien.

Tórtolos bávaros.

Planeó un viaje en nuez alrededor de La Rioja
El, que quiere entender todas las canciones de Spinetta y cree haber encontrado en el humo del cigarrillo las respuestas a todas sus preguntas.
Ella, de la que no sabemos nada salvo que se tuesta al sol y tiene olor a vainilla, esta decidida a contar las estrellas y ponerle nombre a todos los sauces que se cruce en su vida.
¿Hace falta que se conozcan?
Aplaudamos fuerte, quizás el deje de mirar el cielo buscando ver algún arco iris y ella pare de madurar.
Y así se puedan mirar.
De verdad.

Recién ahí.

Una vez que hayas terminado, cuando hayan madurado tus frutos mas dulces.
Cuando hayas llegado tan lejos que pienses en volver.
Cuando por delante te quede el agua, el barro, la nieve o el fin, arriba el sol o la luna, y atrás las personas.
Cuando, por fin, hayas decidido tu color favorito, y tu número de la suerte.
Cuando te hayas rebelado y amigado con tu alma y no te haga más fuerte el dolor.
Cuando te hayas mojado ya todas las partes de tu cuerpo y te acuerdes más de cien canciones.
Cuando hayas podido aprender a recitar tres poemas de memoria.
Cuando aceptes la oscuridad y el frío.
Cuando entiendas por qué te espero.

viernes, 22 de octubre de 2010

cadáver II

(...)Justamente por eso decidió devolverle a sus ojos la capacidad de mirar más allá de lo existente.
Se armó con linos y telas viejas un gran caparazón donde sería capaz de vivir cómodamente el resto de su vida.
Bordó en su pecho algunas verdades que esperaba no olvidar, arrancó de su cabeza todo el pelaje que ya no usaba y emprendió viaje.
Capaz por su imposibilidad de volar o su ambición humanoide de perpetuar por siempre en el recuerdo popular fue que decidió caminar.
Para saldar sus propias cuentas, para poner orden a sus ideas, para volver a ver como una vez vio.
Rojo, celeste, violeta, amarillo, naranja, rojo otra vez. Su caparazón metamórfico fue visto por cientos de personas y seres que le obsequiaron un instante de su memoria, en algún otro momento de su vida, haciéndolo eterno y feliz.

Cadáver exquisito,Revista La Sed Verdadera