Todos pasan, se sientan a mirar.
Hay un color que se destaca, o miles. Pero me genera otra emoción (si es que genera me algo). Otra sensación con respecto a la que me hubiese gustado presumir tiempo después, la impresión que quise venir a encontrar.
Vine para ver esto (entre otras cosas), pero, ¿cómo lo veo?
El distintivo de una época, de una opinión. Emblema inmortal. Llaveritos y estampas, gorros y bufandas. Himnos y retratos.
Pero, ¿qué veo?
Si, se impone sobre otros momentos, sobre otros horizontes que vi, pero no sobre otros sentimientos.
¡Hay! Si se encontrara al final de un sendero selvático o en la planicie de un valle inhóspito, quizás lo pudiera ver. ¿Si?
¿Acaso sea el frío lo que me desconcentra para comprender? O es solamente mi pueril forma de ser que entiende la tecnología y la arquitectura como ciencias cotidianas ausentes de calor y amor. ¿Qué es lo que hay que comprender?
Intuyo que me puedo pasar horas tratando de averiguar todo esto (o por lo menos de intentando conseguir un mero título para este momento). O en realidad ya sé todo desde el primer instante en que ponderé la vista sobre los demás sentidos.
Va, a medida que transcurre el tiempo, malgastando color, textura, olor.
Se hace más antiguo el paisaje y ya no me conmueve.
Pierde cada vez más tonalidad al mismo tiempo que concurrentes.
Vuelven a ecualizarse el resto de los sentidos, a estabilizarse. Y ya se diluyen las últimas tramas, las oblicuas, las paralelas, las mías, las de todos.
Una molestia (se le atribuye el término de basura generalmente) en el ojo izquierdo es un buen motivo para retirarme.
Fotografía: Matias Gotelli
brillante
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